¿Formación? Sí, gracias



INTERIORIZACIÓN DE PRIORIDADES

Cuando voy al médico de la Seguridad Social, el galeno rellena campos, formularios, recetas, en su ordenador, luego me imprime su informe -que queda archivado de este modo a disposición en red- y, cuando voy a la farmacia, el boticario sabe perfectamente, tras introducir mi tarjeta en la ranura correspondiente, qué medicamento me tiene que expedir y cuándo tengo que renovar el tratamiento.



Recuerdo perfectamente aquel día que, en la oficina de Correos de mi pueblo -porque me pilló en la cola y pude asistir en primera fila a dicho espectáculo-, un técnico, delante de todo el mundo, instruía al empleado en el sistema informático de gestión que acababan de implantar por primera vez. Mi querido amigo el oficinista miraba la pantalla con algo más que recelo, pulsaba las teclas con un solo dedo, miraba con aprensión el ratón por si le mordía en un descuido. Hoy, años después, el mismo empleado (que ya era mayor entonces, y ahora lo es mucho más) utiliza dicha herramienta con soltura porque Correos no le deja otra opción, todos los depósitos, certificados, entregas, giros, etc., tienen que pasar por el sistema informático. Él aprendió, se formó, se adaptó, como el médico de la Seguridad Social de la historia anterior, como cualquier profesional que sabe (de buena o mala gana) que ya no es posible utilizar manguitos para evitar mancharse la camisa de tinta al mojar el plumín, ni visera para evitar la mortecina luz de la lámpara directamente en los ojos.

Cuando era pequeño me sentaba a veces en la máquina de escribir de mi abuelo y me ponía a aporrear el teclado copiando cualquier cosa: páginas de un libro de texto, de un periódico... El abuelo me dejaba seguir aporreando en su Olivetti Lettera portátil aunque su cara denotaba siempre cierta contrariedad. No me importaba demasiado, yo sabía que aquello era mi futuro, el futuro, y que había que aprender a manejarlo. Y además, qué caray, me gustaba el sonido de las teclas contra el carro.

Más tarde, para la Universidad, mis padres me compraron una máquina de escribir Olympia made in Bulgaria, su sonido metálico y sus tipos "pica 12" me encantaban. Aquel nuevo artilugio me proporcionaba unos trabajos de clase limpios, ordenados, y con él aprendí a componer textos bien encuadrados, bien marginados, bien interlineados. Otros compañeros sé que aún entregaban trabajos a mano (hablamos del año 1977 y los inmediatamente siguientes) como cuando estábamos en el instituto, pero yo ya sabía que pronto los profesores iban a exigir el abandono de las costumbres amanuenses, como así ocurrió.

Hoy en día nuestros centros están dotados con más ordenadores de los que hace sólo seis o siete años pudiéramos soñar, están en los Departamentos, en los despachos, en casi cualquier dependencia y, portátiles o fijos, en muchas aulas; también es habitual contar con varias pizarras digitales interactivas, pero en en ocasiones nos cuesta dar el paso de renovación didáctica que se nos exige, no usamos esos medios sino como apoyo, y eso en sólo ciertas ocasiones, y, todo lo más, empleamos la PDI como mera pantalla de proyección. A veces incluso nos hemos inscrito en cursos de formación en el CEP para, de una vez por todas, APRENDER a manejar la maldita PDI, o el entorno Guadalinex, pero, terminado el curso, los hay que se olvidan del asunto y siguen confiando únicamente en nuestro libro de texto, en actividades con diseño del sigo XX, o del XIX, y en la impartición de clases más o menos tradicionales.

No sé qué habría ocurrido si mi amigo el oficinista de Correos o el médico de la Seguridad Social, una vez terminado el periodo de aprendizaje de sus respectivos sistemas informáticos, hubieran seguido utilizando el tintero y pinchando los formularios en un clavo. Posiblemente hubieran pasado dos cosas: habrían tenido que repetir su trabajo puesto que nadie puede estar ajeno a una directiva superior que viene a sustituir viejos procedimientos, y que tendrían la conciencia -lo reconocieran o no- de estar navegando inútilmente contra la corriente de los tiempos.

Bien es cierto que en muchas ocasiones decimos que los medios no son el fondo de la cuestión, pero de lo que estoy absolutamente convencido, cuando veo a mis hijos y a la chiquillería en la calle con sus móviles y sus play stations, que cada vez más los medios, si no son el fondo de la cuestión, se han convertido en el proceso lógico para llegar al fondo cuando trabajamos con seres humanos del siglo XXI.

Creo que no es preciso alargar más la parábola.
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